Badi Swimwear sorprende con su alianza futurista junto a Ashley Carson

Badi Swimwear sorprende con su alianza futurista junto a Ashley Carson. El legado vintage y cyber de Badi Swimwear que sacude la moda de baño.

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Estamos en pleno 2025, bajo el sol ardiente de Miami, y Badi Swimwear se pronuncia en cada esquina de la pasarela como si fuera un conjuro. La marca brasileña, esa que aprendió a moverse entre las mareas del hedonismo y la fuerza femenina, se presenta con un aliado inesperado: Ashley Carson. Lo que ambos trajeron a la Miami Swim Week no fue un simple desfile de trajes de baño; fue un choque de mundos, un cruce de cables entre lo vintage, lo futurista y la eterna obsesión de la moda por disfrazar de eterno lo efímero.

La colección parecía hablar en dos lenguas a la vez. Por un lado, las cadenas corporales de Carson, diseñadora conocida por hacer que la joyería envejezca como canciones que nunca abandonan la radio de tu cabeza. Por otro, los bikinis de Badi, que parecían gritar con cada costura una verdad incómoda: la moda de baño ya no puede sobrevivir sin la promesa de un futuro más responsable.

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«No estábamos viendo solo trajes de baño, estábamos viendo una declaración», pensé, mientras el eco de los flashes hacía que las piezas brillaran como si fueran armaduras para las playas del mañana.

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El choque de dos visiones: el glamour de Miami Vice y la joya eterna

La historia comenzó mucho antes de que la música estallara en la pasarela. Badi Swimwear, la marca brasileña nacida con la intención de dar confianza a las mujeres, decidió dar un salto inesperado: fusionar moda de baño con joyería artesanal. La elegida para esa alquimia fue Ashley Carson, creadora de AC Jewelry Studio, alguien que no fabrica collares ni pulseras, sino relatos metálicos que se llevan sobre la piel.

Las referencias a los años 80 eran evidentes. Sombras neón, cortes audaces y ese aire a club nocturno que olía a copas de cristal y coches descapotables. Miami Vice se colaba en cada curva, pero con un giro actual: los cuerpos que desfilaban no seguían un patrón único, sino que celebraban la pluralidad como quien celebra el azar de las olas en la playa.

Carson colocó cadenas como quien dibuja un mapa invisible sobre los cuerpos. No eran adornos, eran mensajes. Joyas que parecían gritar lo mismo que sus bikinis: libertad.


La ola verde: bikinis hechos de basura marina

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Lo verdaderamente hipnótico no estaba en los brillos, sino en lo que no se veía. Cada bikini llevaba consigo una historia que comenzaba en el fondo del mar. Redes de pesca abandonadas, plásticos olvidados, restos de una civilización que parece incapaz de no dejar huella. Todo eso se convertía en ECONYL®, un nylon regenerado que se ha vuelto el nuevo oro textil.

Me impresiona cómo esta narrativa ya no es una nota al pie, sino el titular mismo de cualquier colección que pretenda sobrevivir. El 85% de los consumidores lo exige. Y más de la mitad de las marcas, para no quedarse atrás, ya trabajan con reciclados.

Firmas como CIRCU en Alicante llevan esta lógica hasta el extremo, creando bikinis que parecen sacados de revistas retro, pero que esconden un ADN completamente regenerado. A su lado, otras marcas como Serotone Swim entienden que la responsabilidad no es solo cuestión de materiales, sino de longevidad emocional: prendas que acompañan a las mujeres mientras sus cuerpos cambian, sin necesidad de quedar relegadas al fondo del armario.

«La moda responsable ya no es una opción; es el único traje posible», resonaba en mi cabeza mientras veía pasar cada diseño.


El guiño vintage: del bikini nuclear a la estética Barbie solar

Si uno quiere entender de dónde viene la moda de baño, tiene que volver a 1946. Aquel día, Louis Réard lanzó el primer bikini y lo nombró como el atolón donde se hacían pruebas nucleares: Bikini. Ironía pura. Una prenda mínima bautizada con la sombra de la destrucción total. Desde ahí, el traje de baño dejó de ser solo tela; se volvió símbolo, bandera, arma.

Los años 50 trajeron la cintura alta y el coqueteo con lo pin-up. Los 60 arriesgaron con cortes asimétricos. Los 80, siempre desmesurados, entregaron neones y espaldas descubiertas. Hoy, esas memorias se reciclan como si fueran vinilos encontrados en un mercadillo de domingo.

Lo interesante es cómo se reinterpretan. The Delarose Sisters, con su estética Barbie rosa y soñadora, producen bikinis que parecen sacados de un póster ochentero, pero fabricados en talleres que funcionan con energía solar. Es como mirar atrás con nostalgia, pero sosteniendo un espejo pulido con las herramientas del presente.


Bañadores que piensan: cuando el tejido se convierte en cerebro

La verdadera provocación llega con los textiles inteligentes. Aquí ya no hablamos de estampados ni cortes, sino de telas que parecen vivas.

Imagino un bikini que mide tu exposición al sol y ajusta su propia protección. Otro que cambia de color con la temperatura del agua. Trajes que se autolimpian, fibras que purifican el mar mientras nadas, materiales que producen energía con tus movimientos. Parece ciencia ficción, pero compañías como Decathlon, Karl Mayer y The LYCRA Company ya han creado bañadores capaces de soportar 500 horas de cloro sin perder sus propiedades.

La moda se convierte en máquina, y la playa en laboratorio.


La estética cyber: de Miami Vice a Matrix

En el desfile de Badi x Carson no solo vimos bikinis y cadenas, vimos hologramas de otra época. Esa mezcla Y2K cibernética en la que lo analógico y lo digital conviven como dos amantes que nunca se deciden a separarse.

Pantalones metalizados, superficies que parecen espejos líquidos, detalles que recuerdan a las películas de ciencia ficción de los 2000. Fūga Studios, con su línea de cibermoda, lleva esta estética hasta lo teatral, fusionando el techwear con la alta costura como si Neo hubiera bajado de Matrix a tomar el sol en South Beach.

Aquí la inteligencia artificial no diseña únicamente patrones; diseña experiencias. Tejidos que reaccionan al tacto, prendas que se conectan con tu móvil, joyas que cambian de forma en tiempo real.

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